El Hierro, la isla tranquila
¿Qué sabes sobre esta pequeña isla? En nuestro caso, veníamos aquí sin ninguna idea preconcebida.
Los únicos comentarios que habíamos recibido sobre el Hierro, en nuestros encuentros con otras personas en islas anteriores, se referían a ella como una isla DIFERENTE. TRANQUILA. Una isla «particular» que funciona «a otro ritmo». Con apenas 11.000 habitantes en toda la isla, el adjetivo de lugar tranquilo está asegurado.
Con una única conexión en ferry a Tenerife (6 de 7 días a la semana en un único horario) y dos únicas opciones de vuelo a Tenerife o Gran Canaria, el Hierro se convierte en un lugar de difícil acceso. Por eso, la cantidad de turistas/viajeros aquí, es mucho menor que en cualquier otra isla.
Empieza la vuelta a la isla
Llegamos un miércoles ya de noche. Siguiendo las recomendaciones de otros viajeros, pasamos esa primera noche a resguardo en un área recreativa en la playa de Timijiraque. Estos stios con agua, barbacoa, mesas, bancos, a veces incluso toma de luz y techados, se convertirán en ésta y próximas islas en los principales y más apetecibles lugares para pasar las noches.
A la mañana siguiente empezamos nuestro recorrido por la isla, dirección norte. Llegamos a Valverde, su pequeña capital, tras remontar un desnivel de 560m en apenas 9km. Las distancias en esta isla son muy pequeñas, por lo que decidimos hacer etapas más cortas si no queríamos terminar nuestro recorrido en muy pocos días. Además, el desnivel es inversamente proporcional al tamaño de la isla, y las jornadas se sudan. Llegamos a Mocanal en apenas otros 7km de pedaleo, donde pasamos nuestra segunda noche.

Nuestra ruta siguió hacia el centro de la isla. El paisaje era de un verde reluciente, intenso. Nos adentrábamos hacia el corazón del Hierro y el paisaje se transformó: la niebla envolvía nuestras bicis y la humedad vino para quedarse. Estábamos totalmente metidos en el mar de nubes. Solo conseguimos salir cuando fuimos cogiendo altura, dejando las nubes por debajo de nosotros. Ascendimos hasta Malpaso, el pico de la isla, a 1.501m. Apenas nos cruzamos con nadie, sentíamos la carretera como si fuera para nosotros solos. Pudiendo pedalear tranquilos, sin agobios. Esa noche, dormimos rodeados de niebla pero calentitos en nuestros sacos.
Desde aquí, descendimos hasta prácticamente el nivel del mar para llegar a Frontera, la zona más poblada de la isla. Todo el golfo del Hierro apareció ante nuestros ojos según perdíamos altura curva tras curva. Zigzagueando por la ladera de la montaña rodeados de vegetación y llenándonos los ojos de verde.

En Frontera nos acogía para un par de noches Erik y su familia, a través de la plataforma Warmshowers. Ellos viven en un gran terreno, de forma sostenible y lo más autosuficiente posible. En su terreno, podíamos acampar sin problemas, y usar su cocina y baño al aire libre. Esa noche, había viso de fuertes vientos, así que nos preparamos: tensamos las cuerdas de la tienda, recogimos las alforjas en la entrada y tumbamos nuestras bicis. Nos acostamos temprano ya que el viento empezaba a soplar con fuerza. Al rato, oímos las primeras gotas golpear contra la tienda. Sin problema, ya hemos dormido otras veces con lluvia y la tienda aguanta.
De repente, en mitad de la noche:
-¡Vicky! ¡Hay agua dentro de la tienda!
-¿Qué?
-Eso, que hay un charco dentro de la tienda.
Vicky con el cerebro cortocircuitando y casi sin enterarse de nada. ¿Qué está pasando? Jolu sale de la tienda: la tela que ponemos de aislante entre el suelo y la tienda no estaba bien extendida, había hecho efecto balsa y el agua se había acumulado y empezado a filtrarse de abajo hacia arriba. DRAMA.
Por suerte, parecía que solo estaba calando en una parte de la tienda, y como además tenemos esterillas hinchables, solo se estaba mojando la parte inferior y no había llegado a los sacos. Nos apretujamos los dos en el lado seco, sentados uno al lado del otro, a esperar… Salir no era una opción ya que seguía lloviendo a mares y no había ningún lugar donde resguardarse. Pasaron los minutos, media hora, una hora… y parecía que el agua iba desapareciendo. El suelo bajo la tienda ya empezaba a filtrar. Pudimos colocar de nuevo las esterillas y continuar durmiendo.
A la mañana siguiente, bajo el sol, pudimos secar la tienda. Pero, como daban lluvia para los próximos días, decidimos alquilar un apartamento y no arriesgarnos a otra noche pasados por agua. Es cierto que nos encanta acampar y dormir en la naturaleza, pero hay que saber cuándo ella va a poder contigo.
Pasados unos días, volvimos al pedaleo, rumbo al sur de la isla. Visitamos varias piscinas naturales por el camino y recorrimos el sendero litoral de las Puntas, bordeando el mar a través de un camino de lava. El mar estaba muy bravo y no daba opción al baño. Nos guardamos este lugar en nuestra lista de sitios a los que volver, para poder disfrutar de unos baños en el Atlántico.

La zona sur de la isla es la menos habitada, en la que no hay apenas poblaciones, servicios ni cobertura (que ya es decir en una isla poco poblada…). Avanzamos atravesando varias playas, y subimos hasta el mirador de Lomo negro, desde el que tuvimos unas vistas preciosas. Nos dirigíamos a terminar el día en el faro de Orchilla, muy cerca del antiguo meridiano cero, antes de que éste se cambiara por el meridiano de Greenwich.
Cerca del faro, un área recreativa de esas que tanto nos gustan, donde disfrutar de la puesta de sol, vistas de alucinar y una paz absoluta. Allí conocimos a Karl, un viajero, antiguo marinero que había recorrido mares de todos los rincones del planeta. De origen escandinavo, y con los 70 ya cumplidos, había acabado viviendo en un pequeño pueblo en la remota isla canaria del Hierro. Estaba en Orchilla con unos cuantos víveres, agua y una hamaca, listo para pasar unos cuantos días de tranquilidad. Compartió con nosotros una botella de vino y un buen rato de charla. Un ejemplo más de que la edad es solo un número y la actitud hacia la vida una decisión personal de cada uno. No todos vivimos de la misma manera, ni nos gustan las mismas cosas. Saber cuáles son las que te hacen feliz e intentar vivir siguiendo ese camino es una decisión no siempre fácil, pero seguro acertada. Una manera de conseguir paz interior y un bienestar que no tendrías viviendo una vida que no te gusta. Los cambios son duros y a veces difíciles de afrontar pero ¿qué se pierde por intentarlo?

Nos despedimos de Karl a la mañana siguiente, listos para una nueva etapa. Como casi siempre en las islas Canarias, después de llegar al mar, toca remontar mucho desnivel en pocos kilómetros para volver a coger altura. Fuimos avanzando, atravesando todo el sur de la isla de oeste a este, hasta llegar al area de acampada Hoya del Morcillo. Con todos los servicios posible: baños, agua caliente, zona de barbacoas, merenderos y hasta un poste con herramientas de reparación para las bicis. Teniéndolo todo para funcionar perfectamente, llegamos y el guarda nos informó que la única forma de pago era online certificado digital mediante (llevábamos dos días sin cobertura) o en la oficina bancaria más cercana (cerrada a esa hora de la tarde). Si no habéis pagado, no os podéis quedar, nos dijo el guarda.
Estábamos alucinando. El sitio estaba ABSOLUTAMENTE VACÍO. Un pinar enorme y no te podías quedar por no haber hecho el pago online (solo 8€/2personas). Medio insistiendo, medio suplicando y prometiendo que pagaríamos en cuanto tuviéramos cobertura, el hombre nos dejó quedarnos a regañadientes. Finalmente, encontramos cobertura en una zona del área de acampada y conseguimos hacer el pago (tras varios intentos porque la conexión iba y venía y pese a que el formulario de pago era de todo menos fácil y eficiente) ¿Tantas trabas y dificultades para reservar en un área de acampada son necesarias? Realmente parece que no interesa que se pueda hacer uso de este tipo de servicios y la verdad, nos parece una pena.

Tras una noche al abrigo del manto de estrellas, pusimos rumbo a las Playas. Mientras comíamos en un bar en Isora, se nos acercó un hombre: tenía curiosidad por nuestro viaje, dónde íbamos y de dónde veníamos, y empezamos a hablar. Él trabajaba en el Centro de interpretación de la Reserva de la Biosfera, justo al lado del bar, y nos ofreción ponernos un video explicativo con curiosidades sobre el Hierro, si nos apetecía. Nos encantó la idea y allá que fuimos. Tras el video, empezamos a hablar y preguntarle. El hombre, Luis, como buen contador de historias, nos estuvo explicando y contando acerca de la isla: desde sus orígenes, anécdotas de los habitantes, la problemática del clima y los grandes periodos de sequía, vocabulario del lugar, el orígen del nombre… ¡de todo! Lo que iban a ser 10min de video se conviertió en hora y media de clase magistral. Con un poco más de conocimientos y visión global sobre el Hierro, salimos de allí profundamente agradecidos a Luis por su tiempo, dedicación y buen hacer ¡hasta la próxima!
Última parada del día en el mirador de Isora, aprovisionamiento de víveres para la última noche en la isla y descenso por una de las carreteras más increíbles y con mayor desnivel que habíamos pedaleado nunca.

Alucinando con la bajada y disfrutando como niños llegamos hasta las Playas, muy cerca del Parador. Una carretera con un único punto de entrada y salida, donde disfrutamos por última vez en la isla de una plácida noche en un área recreativa. Con una botella de vino, contemplamos un cielo lleno de estrellas. Agradecidos por poder estar aquí, disfrutando de este viaje y de todas las experiencias que estamos viviendo.
El Hierro, con su tranquilidad, su paz y su sencillez nos ha conquistado. Una isla muy muy pequeña, remota y poco poblada. Una isla rodeada de azul. Un lugar donde encontrar refugio, un paraíso al que volver.