Fuerteventura, pedaleando en la isla de viento y arena.
Nos hemos recorrido de norte a sur y de este a oeste la isla de Fuerteventura. Esa que nos ha provocado tantas sensaciones. Que es intensa y, a veces, complicada. Pero que tiene mucho por descubrir y que ofrecer. Una isla donde la tónica general ha sido descubrir un montón de lugares de los que disfrutar a solas.
Sigue leyendo para conocer nuestro recorrido por la segunda de las islas Canarias en bicicleta.
17 días de ruta en Fuerteventura
Empezamos a pedalear Fuerteventura por el norte. Llegamos a la ciudad de Corralejo en apenas 30′ de ferry desde Lanzarote. Ya con la tarde cayendo, avanzamos por una pista de tierra que bordea el mar, conectando el norte de la isla, entre Corralejo y El Cotillo. Entre océano y volcanes, con el sol escondiéndose tras un paisaje precioso. En cada recodo, varias furgonetas con sus respectivos surfistas. En uno de esos lugares, montamos la tienda frente al mar, listos para nuestra primera noche en la isla de Fuerteventura.
A la mañana siguiente, el viento hizo su aparición. Un pequeño aperitivo de lo que vendría en los próximos días en la isla. Seguimos pedaleando por ese camino de tierra. Pasando por increíbles calas de aguas turquesas y arena blanca. Como si fuera una estampa caribeña.

Llegamos hasta El Cotillo, paramos a comer en un bar en el pueblo, y decidimos que nos quedaríamos un día más, durmiendo en los alrededores. En una de sus playas, frecuentada por nudistas, buscamos refugio en uno de los corralitos de la playa. Son construcciones circulares hechas con piedra, de mayor o menor altura y con una abertura más o menos grande, donde poder resguardarse del viento.
Acampados tranquilamente, con todo el día por delante, disfrutamos de esas cosas sencillas que tanto nos gustan: yoga y estiramientos, paseos, un café en la mano, baños en el mar… la sencillez en estado puro. Tiempo. Sin particularmente nada que hacer pero con todo posible.
Mientras jugábamos una partida de cartas (uno de nuestros entretenimientos en viaje), se nos ocurrió la idea de pasar unos días en un curso de surf. Ventajas de ese tiempo disponible y de la no planificación. Dicho y hecho, buscamos en internet una escuela de surf, nos ofrecieron un curso de 5 días con alojamiento en Corralejo y que podíamos empezar en un par de días, ¡nos venía perfecto!

A la mañana siguiente, pedaleamos viento en contra hacia Corralejo. Fuertes rachas nos obligaban a avanzar muy despacio. No fueron muchos kilómetros y al final, xino xano, llegamos.
5 días de surf, 5 mañanas intentando aprender lo básico para «mantenernos» como podíamos encima de la tabla. 5 días de aprender, remar, caerse, intentarlo, caerse otra vez… y conseguir alguna que otra puesta en pie. Un deporte, y una forma de vida para mucha gente, que requiere muchísima dedicación.
5 días de conocer a personas de todas partes de España que habían venido a Fuerteventura a dedicarle tiempo a esto del surf. Sorprendentemente para nosotros, casi todo el mundo había ido sola/o, lo cual me parece que tiene mucho más valor. No dejar de hacer o probar algo que te gusta, solo porque no haya ninguna persona a tu alrededor que quiera acompañarte, ¡ole!
Sigue nuestra ruta en bici por Canarias
Tras varios días disfrutando del medio acuático, volvimos al camino. Bordeamos el parque de las dunas de Corralejo, dirección sur por la costa oeste de la isla. Antes de llegar a la capital, a Puerto del Rosario, pusimos rumbo al interior de la isla: pasando por Caldereta, La Oliva, Tindaya y su montaña sagrada… todo bajo un sol justiciero que acentuaba la aridez del paisaje. Dejándonos impresionar por sus volcanes a un lado y otro de la carretera… Al rato, la carretera se convirtió en camino, y en suave descenso, llegamos de nuevo a la costa oeste de la isla, las playas de Tindaya. Salvajes, de aguas bravas bajo los acantilados. Un lugar apartado del circuito de «lugares que visitar». Apenas un par de coches que se fueron a media tarde. Y después, todo para nosotros. Bajo un manto de estrellas, cenamos y pusimos nuestra carpa, listos para otra noche en medio de la naturaleza.

A la mañana siguiente, la historia dio un giro de 180º. El viento, que había empezado tímido por la noche se fue convirtiendo poco a poco en tormenta de arena. Salimos de la tienda y el paisaje era como de película: viento y arena por todas partes, golpeandonos en el cuerpo, la cara. Arena en las bicis y en las alforjas. No había opción de resguardo, así que empezamos a pedalear de nuevo por el camino de tierra, que nos llevaría hasta el siguiente pueblo. A los pocos minutos, ¡PUM! pinchazo. Parar, desmontar, buscar la bolsa de herramientas y cambiar la cámara mientras el aire seguía golpeándonos con fuerza.

A ratos empujando y a ratos pedaleando, fuimos avanzando poco a poco hasta el Puertito de los Molinos, un pequeño pueblo de pescadores de unas 10 casas.
Nuestra idea inicial era cruzar a la parte contraria de la isla, pero dadas las circunstancias, y según iba avanzando la mañana, vimos que sería tarea imposible. La tormenta de arena ya era total y pedalear en la carretera se convirtió en peligroso. Así que buscamos el sitio más cercano que tuviera un alojamiento disponible y allí nos dirigimos. Apenas eran 5km, pero tuvimos que empujar la bici, ya que el viento nos zarandeaba de lado a lado de la carretera. El ser humano contra los elementos. Claramente el ganador fue el viento. Nunca nos habíamos visto en una situación así… pero hay que saber cuando parar y esta vez tocaba un alto obligado en el camino.
Tras el temporal, que al final duró un par de noches, retomamos camino, ya bajo un cielo completamente despejado. Volvimos a cruzar de lado a lado Fuerteventura. Por alguna razón, nadie nos había recomendado esa parte de la isla. Todo el mundo con el que habíamos hablado, o rutas de otros viajeros que seguíamos se saltaban la zona este de la isla en su parte central. Pero nosotros no teníamos ganas de acabar tan pronto nuestro recorrido en Fuerteventura, así que allá nos dirigimos, volviendo a cruzar de nuevo de parte a parte la isla. Recorriendo los pueblos del centro, llegamos hasta Castillo Caleta de Fuste. Seguimos por la costa hasta Salinas del Carmen y ahí empezó lo realmente bonito: un camino de tierra, subidas y bajadas, un oasis y playas de arena negra. Llegamos a una playa donde unos pescadores nos indicaron que podíamos quedarnos a dormir en una casa de piedra construida en la propia playa:
– Esto es de todos. Cuidarlo y disfrutarlo.
Y así hicimos. Pasamos una de las noches más increíbles hasta el momento, tranquilos y resguardados del viento, en una casita frente al mar. Un auténtico regalo.
Al día siguiente, continuamos recorriendo el camino de la costa hasta que divisamos desde lo alto el bonito pueblo de Pozo negro. Había merecido la pena sin duda haber llegado aquí. El viaje en bici por Canarias está lleno de sorpresas y lugares increíbles.

No todo es plano en Fuerteventura: Betancuria, Pájara y más
También tocaba algo de montaña y subida en Fuerteventura. Volvimos a cruzarnos la isla para llegar al pequeño pueblo de Betancuria. Desde Antigua una subida de unos 8km hasta el mirador de Guise y Ayose para dejarse caer a Betancuria. Una vuelta por el pueblo, un paseo por el convento, y a buscar un sitio donde dormir. Teníamos pensado hacerlo en un area recreativa a las afueras pero… seguía precintada como medida por el covid. Uno de esos sinsentidos con las medidas que sigue teniendo esta pandemia. Plan B, encontramos una zona con algunos árboles y matorrales donde pudimos pasar la noche tranquilamente.
A la mañana siguiente, continuaba la subida. A los pocos kilómentros de pedaleo, paramos a hacer un pequeño trekking que nos había recomendado un par de lugareños: el barranco de las Peñitas. Un sendero lineal de unos 3km que discurre por el barranco (completamente seco) y que finaliza en un pequeño oasis entre montañas. Un recorrido sencillo pero bonito en un auténtico desierto.
Después de la caminata continuamos el pedaleo hasta Pájara. Una subida muy asequible. En el pueblo paramos a comprar y aprovisionarnos de agua en unos baños públicos que había en la plaza del pueblo (próximamente contaremos en otro post cómo estamos llevando el tema de conseguir agua en Canarias). Con agua y víveres, pusimos rumbo a Ajuy. Una zona de cuevas formadas en los acantilados. Hicimos un pequeño recorrido trazado para poder visitar una de las cuevas. Investigando un poco más por la zona, dimos con un camino que llegaba hasta otra playa. Más escondida, menos accesible y, para nosotros, más impresionante. Fuerteventura nos ha dejado un montón de lugares mágicos y solitarios.
Hasta el momento, de los 3 meses que llevamos viajando en bici, esta isla ha sido el mejor lugar para acampar y dormir sin preocupaciones.

Volvimos a cruzar a la mañana siguiente la isla para llegar a las impresionantes playas de Sotavento, en Jandía. Amplias, inabarcables, de una belleza especial y con un viento a niveles top. Un lugar en el que caminar, correr, bañarte, practicar deportes de agua y viento… y cualquier otra cosa que se te pueda ocurrir. Arena amarilla y agua turquesa hasta donde te alcanza la vista. Kilómetros y más kilómetros de playa. Impresionante.
Dormimos entre caravanas que han hecho del lugar su base y, a la mañana siguiente, yoga, baño en el mar y aprovechamos las duchas y baños públicos de la playa. Un sitio en el que pararte si tienes ganas de unos días de sol, mar y sal. Como en nuestro caso lo que nos pedía el cuerpo era seguir pedaleando, avanzamos entre las dunas de la playa y salimos de nuevo a la carretera. Entre subidas y bajadas, llegamos a Morro Jable.

Morro Jable es… digamos que si te suenan los sitios de costa como Benidorm, Torremolinos o Salou puedes hacerte una idea de lo que te hablamos. Hasta el momento, tanto en Lanzarote como en Fuerteventura, nos hemos encontrado con este fenómeno en las zonas sur de las islas: nucleos de hoteles y apartamentos apilados, amontonados unos al lado de los otros. Parques temáticos de tiendas, restaurantes y edificios sin personalidad. Zonas sin alma. Masificadas sin contemplaciones. Algo que choca brutalmente con el resto de la isla. Como si se tratara de dos mundos diferentes.
Seguimos avanzando y, después de unos pocos kilómetros, ya fuera del núcleo, nos adentramos en el Parque Natural de Jandía. Donde deja de haber poblaciones y solo queda camino. Paramos a acampar. Una noche espectacular de luna y estrellas, alejado de todo.
Al día sigiente, última mañana de ruta en la isla, ya que a mediodía cogíamos el ferry para Gran Canaria. Avanzamos por una pista, a tramos más o menos ciclable. El objetivo: subir hasta el mirador de Cofete para observar la playa del mismo nombre. Una de las playas menos accesibles de la isla, ya que la única opción para entrar y salir es a través de ese camino de tierra. Fuimos subiendo con fuertísimas rachas de viento. Coronamos, bajamos a obervar la playa desde el mirador y vuelta por el mismo camino a Morro Jable.
He de decir que el camino estaba muy muy lleno de coches. Imagino que la idea de llegar al sitio «más recóndito» y «menos accesible» de la isla hace, por eso mismo, que resulte atractivo y se llene de gente. Para nosotros, transitar en bici por un camino lleno de coches adelantándonos (no siempre de buenas maneras), cuando en la isla hay infinidad de caminos y senderos vacíos o casi vacíos, nos parece innecesario. Fuimos a Cofete por las recomendaciones, porque parece que si estás en Fuerteventura, «tienes que verlo». Cofete, evidentemente tienes una gran belleza, pero no eres para nosotros. Nos vamos dando cuenta que tenemos que tomar las recomendaciones con pinzas. Valorando nuestras preferencias, forma de ser y de viajar y nuestros gustos.

Algo más de dos semanas ha durado nuestra aventura en Fuerteventura. Llevamos 2 islas recorridas en el archipiélago canario, y vamos viendo sus diferencias y particularidades. Esa variedad de la que tanto se habla y que es totalmente cierta.
¡Seguimos recorriendo Canarias en bicicleta! Próximo destino: Gran Canaria.
Buenas excompi! no sé si estarán ya por aquí (Gran Canaria) pedaleando. Si te apetece tomar una cervecita por aquí estaremos 😉
Un saludo!