Canarias en bicicleta: La Gomera

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La Gomera, la isla de los barrancos

Y es que, si algo caracteriza a La Gomera, es su complicada orografía, surcada de barrancos. Leímos una vez que su forma se parecía a la de un exprimidor y no podemos estar más de acuerdo con esa comparación: un centro montañoso  y en altura (el parque de Garajonay) del que descienden de forma radial hendiduras en la tierra (los barrancos) que van a parar al mar.

Barrancos en la Gomera

Nuestra ruta: La Gomera en bicicleta

Llegamos de noche a San Sebastián de la Gomera después de haber salido por la mañana del Hierro, después de 2 ferrys Hierro – Tenerife – Gomera, varias horas de travesía y otras tantas de espera. Por una confusión en las fechas, teníamos alojamiento reservado un día después de nuestra llegada, así que necesitábamos un sitio cerca de la ciudad para acampar.

Nuestra primera opción era la playa de la Cueva, la más cercana al puerto. Pero, tras un rato allí viendo la situación, nos pareció que había mucho ir y venir de gente y decidimos alejarnos hasta el faro de San Cristóbal. El sitio se encontraba bastante cerca, pero la subida ya era importante (un pequeño adelanto de lo que nos íbamos a encontrar los próximos días en la isla). Llegamos y, sinceramente, tampoco nos pareció el mejor lugar: la zona estaba bastante iluminada, había casas relativamente cerca y se veía bastante ir y venir de coches. Aún así, no teníamos muchas más opciones, era de noche y no queríamos alejarnos mucho, decidimos quedarnos. Por la noche oímos pasar cerca de nuestra tienda a algún grupo de chavales pero, la verdad, fueron bastante silenciosos… Esto es un ejemplo de como no siempre los lugares donde dormimos son sitios idílicos y, simplemente, nos decidimos por el lugar «menos malo». Teniendo en cuenta también que las ciudades no son los mejores sitios para buscar un sitio donde montar la tienda.

Tras esa primera noche pasamos un par de días en un alojamiento, recorriendo tranquilamente la ciudad y aprovechando para hacer algunas tareas. Después de esos días, empezó nuestro tour por La Gomera. Sinceramente, y pese a lo bien que hablaban de esta isla otros cicloviajeros que ya habían pasado por aquí, no empezamos con muy buen pie. El primer día cogimos la carretera GM-1 para adentrarnos hacia el centro y norte de la isla. Ese día, el tiempo no acompañaba: un cielo gris con fuertes rachas de viento se cernía sobre nosotros. Además, y viniendo de el Hierro, nos daba la impresión que el tráfico era algo denso y que los coches le pisaban bastante al acelerador. Para rematar, todo subida durante los primeros 11km.

La Gomera en bici

Todo esto que, en otras circunstancias, no te afecta en absoluto, se sumó al hecho de que nos estábamos viendo afectados por «el síndrome de las islas«. Esa sensación de «estar atrapado». Sentíamos como si lleváramos ya demasiado tiempo dando vueltas «en círculo». Recorrer una isla, volver al mismo punto y a la siguiente. Después de algo más de 2 meses en Canarias, por primera vez nos asaltó ese pensamiento. Llegamos a comentar si quizá pondríamos fin a nuestra aventura canaria sin completar todas las islas.

¡Menos mal que no lo hicimos!

La Gomera isla verde

Pasado ese primer trago del día y decididos a darle una oportunidad a la isla, fuimos avanzando entre montañas y llegamos a Hermigua. Avanzamos un poquito más y llegamos hasta La Caleta, una playa bastante aislada que nos habían recomendado. Efectivamente, todo un acierto. Pese al viento que soplaba con fuerza y la bajada que tendríamos que remontar a la mañana siguiente, el lugar merece la pena sin duda. Un área recreativa que tiene hasta ducha, una ermita que hace de parapeto contra los fuertes vientos, una bonita playa de roca y mucha tranquilidad.

Al día siguiente, recorrimos la zona norte hasta llegar a Vallehermoso. El paisaje solo podemos describirlo como alucinante. La carretera volvía a ser tranquila y con poco tráfico. El mar a un lado y la montaña, al otro. Impresionantes paredes de roca color esmeralda. El paisaje nos traía a la mente escenas y lugares de Sudamérica, con una vegetación muy verde en la que resaltan las palmeras. Paramos a comer en un pequeño bar de carretera después de coronar la cima del día y disfrutamos de lo lindo con el almogrote, los chicharrones (pescado frito) y la tortilla de ajos tiernos. Comida casera y a muy buen precio. Seguimos avanzando hasta el mirador de Vallehermoso y las vistas, de nuevo, nos transportaban a nuestro viaje en Perú o Bolivia ¡qué belleza!

Cicloviajar libre

Teníamos en mente un sitio para dormir que igualmente nos habían recomendado pero, al llegar, no nos cuadró con lo que habitualmente buscamos: el sitio nos parecía muy expuesto y estaba rodeado de bastantes casas. Aunque ya era algo tarde y no quedaban muchas horas de luz, decidimos movernos otros 5km y llegar a la playa, donde habíamos visto que habbía otra área recreativa.

Tras una noche en la que el viento volvió a ser protagonista, nos pusimos en marcha. Llevábamos un par de días de pedaleo acumulando bastante desnivel pero, la verdad, el paisaje nos estaba enamorando y recorríamos encantados las tranquilas carreteras. Notamos como el cuerpo también nos va cambiando conforme avanzan los meses pedaleando. Nos sentimos más ágiles, fuertes y con más resistencia. Afrontamos las subidas de otra forma. Ciertamente, el movimiento y el ejercicio diario, son un claro beneficio para el cuerpo (y la mente).

Ese día, llegamos a los Chorros de Epina, donde volvió a aparecer la laurisilva, el bosque subtropical. La zona se volvió más húmeda y umbría, la vegetación más densa y verde. Los helechos, gigantes. Nuestro objetivo era llegar al pueblo de las Hayas, donde nos habían recomendado una vez más un sitio para acampar. En la última bifurcación, elegimos el camino largo para llegar al pueblo y nos adentramos por una pequeña carretera secundaria. Fuimos serpenteando hasta llegar a nuestro destino.

El día siguiente amaneció nublado después de una noche fresca y ventosa. Fuimos entrando poco a poco en calor mientras avanzábamos kilómetros hasta nuestro próximo destino: El Cedro. Fuimos bordeando todo el rato el Parque Nacional de Garajonay: la zona centro de la isla, la punta del exprimidor, el corazón verde de la Gomera. Las vistas eran espectaculares. Para ese momento, nuestra percepción sobre la Gomera ya era totalmente diferente y estábamos encantados de estar aquí. Llegamos al camping del Cedro listos para pasar dos noches, con el objetivo de hacer algún trekking en el Parque. El camping se encuentra ubicado entre montañas, con un acceso algo complicado si viajas en bici, pero vale mucho la pena. Por solo 4€/persona montas la tienda, acceso a baño y agua caliente y con un pequeño restaurante en el que comimos estupendamente.

El día siguiente lo dedicamos a recorrer la Gran circular de Garajonay (señalizada como ruta 18). Algo más de 25km por un bosque de cuento, en el que subimos al techo de la isla, el Garajonay, a 1.487m. Un camino sencillo aunque con bastante desnivel.

Trekking Garajonay

Después de nuestros días en el camping, retomamos ruta y decidimos que, en vez de cerrar ya el círculo y volver a la capital de la isla, exploraríamos un último barranco. Uno que nos había alucinado al verlo desde la cima de la isla: el barranco de Santiago. Pedaleamos unos 20 kilómetros de bajada (o más bien bajamos con el fremo apretado 20kilómetros) mientras disfrutábamos de las increíbles vistas. Con un día totalmente despejado, pudimos ver a lo lejos pero muy bien definidas, las islas del Hierro y la Palma. ¡Qué sensación esa de dejarte llevar con la bici cuesta abajo! A mediodía ya habíamos llegado a la playa de Santiago. Comimos en la playa y nos bañamos en el mar bajo ese solecito de abril que ya calienta en esta zona. Pasamos la noche en una playa cercana, en la que había un pequeño asentamiento de furgos y caravanas.

Sexto día de pedaleo y… ¡tocaba subidón! Desde la costa volvíamos al centro de la isla. Fueron solo 18km pero subimos más de 1.200m. Todo un reto al que nos dirigíamos tranquilos y con ganas de saborear el paisaje al ritmo lento del pedaleo. Con parada para comer incluida, llegamos a las 17.00 de la tarde a la Ermita de las Nieves. Un lugar con mesas de merendero, barbacoa y techado. Con unas vistas privilegiadas del Teide. Pasamos el resto de la tarde descansando y disfrutando del paisaje de la Gomera. Tras esa última noche, nos dejamos caer, literalmente, hasta San Sebastián.

Vistas Teide

En la Gomera hemos podido comprobar como la actitud con la que encaras un día, la jornada, un proyecto (o digamos un problema, la vida misma, cualquier cosa…) influye mucho en cómo se va a desarrollar ese hecho. Hay días que tenemos una mejor predisposición que otros, así que está bien pararse, tomarnos nuestro tiempo y darle una segunda vuelta.  ¡Nos vemos en La Palma!

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