Cerrando el círculo: Cicloturismo en Cataluña

Son las 20:00h y estamos en el puerto de Civitavecchia, esperando a embarcar en el ferry que nos llevará de Italia a Barcelona. Llevamos ya unas 3-4 horas de espera en el puerto: con nuestras dos bicis cargadas hasta los topes y la maleta de mano de Ángel. Viendo cómo se hace de noche. Esperando. Ya no tenía sentido seguir dando vueltas por la ciudad, que había oscurecido hacía ya rato. Sobre las 22:00h nos dejan subir al barco:

-Sí, si, dejad vuestras bicis en la bodega y ahora vamos a asegurarlas…

Mmmm, nos hubiera gustado más poder hacerlo nosotros o ver en directo cómo las aseguraban pero, vale, confiaremos.

Subimos al barco. Después de unos cuantos trayectos en ferry (cuando recorrimos las islas Canarias a principio de año, o cuando fuimos a Cerdeña allá por 2016), esta es la primera vez que cogíamos un camarote. De los baratos. Interior. Si esto hubiera sido el Titanic, sería un camarote de 3a clase sin duda: 2 literas separadas por un minipasillo, a juego con el minibaño. Pero a nosotros nos estaba pareciendo lo más. Íbamos a tener un sitio donde dormir y pasar alguna de las 24 horas de navegación que teníamos por delante.

Tras un día entero dando vueltas dentro del barco, en cubierta, descansando, comineod, tomando café, cenando, otra vuelta, un rato de lectura, una partida de cartas, siesta, más vueltas,… llegamos a puerto.

Barcelona fue una ciudad de reencuentros y, en Parets del Vallés, pasamos casi una semana con mi hermana, cuñado y sobrino. Disfrutando de estar con ellos, conocer su nueva casa y pasar tiempo con el peque de la familia.

Paisajes de Otoño

El día anterior a marcharnos, me fui con dolor de tripa a la cama. Después, toda la noche vomitando. Una vez tras otra. Me desperté sin fuerzas, como si me hubiera pasado un camión por encima. Por supuesto, tuvimos que retrasar nuestro día de salida. Tras un par de días de reposo ya me encontraba bastante mejor y podía comer dieta blanda. Mientras preparábamos todo para salir temprano a la mañana siguiente, empecé a notar un fuerte dolor en la lumbar, algo bastante raro… ninguna posición me aliviaba, ni siquiera estando sentada o en posición fetal. Todo mal. No dije nada. No quería preocupar a mi hermana, ya que ellos se iban al día siguiente a Roma en su primer viaje los 3.

A la mañana siguiente, nos levantamos, montamos en nuestras bicis y salimos a pedalear. El dolor continuaba y ya no sabía como colocarme en la bici. Todo me molestaba. Realmente estaba muy preocupada, ¿qué me ha pasado?¿por qué estoy así?¿y si me queda este dolor para siempre? La mente… que a veces es tu gran aliada y fortaleza y otras te lleva a lugares oscuros donde todo puede salir mal. Hay que tener mucho cuidado con esos pensamientos negativos, saber gestionarlos y relativizarlos, no dejarnos arrastrar.

Paramos a las afueras de Sabadell a desayunar y ver qué hacíamos. Por un lado, teníamos muchas ganas de  llegar a Villamayor pedaleando. No quería dejarlo estando tan cerca de cumplir «nuestro objetivo». No quería sentir que me había rendido. Pero, por otro lado, me encontraba mal físicamente. Mi cuerpo decía basta. Empezamos a mirar trenes de vuelta a Castellón. Podíamos coger un tren desde Barcelona y estar en pocas horas en casa. Decidimos que haríamos eso. Preparamos el que iba a ser nuestro último desayuno. Yo llevaba desde la gastrointeritis comiendo poco y de dieta para no forzar el estómago pero, como ya iba a volver, decidí que de perdidos al río: café, fruta, pan con embutido… ¡el desayuno completo! ALL IN.

Y allí sentada mientras tomaba el café, el dolor, de repente, desapareció. Sin hacer nada, así sin más. Tal cual lo cuento. Me levanté de la silla y me puse a caminar:

-Jolu, que me encuetro bien. Ya no me duele NADA.

¿Cómo es posible? Aún hoy no entiendo qué me pasó. En un instante todo cambió y pasé de encontrarme fatal a sentirme totalmente bien. Y, por supuesto, sentí una gratitud inmensa. Parece obvio pero, ¡qué bien se está cuando se está bien!

Qué ligada está nuestra salud física a nuestra salud mental. Darte cuenta de eso y no descuidar ni la una ni la otra, pueden ayudarnos muchísimo en el camino a la felicidad.

Felicidad en la Tinença de Benifassà

Y así, después de este «milagro», ¡el viaje continuaba! Poníamos rumbo a Villamayor.

Cicloturismo en Cataluña

Nuestro primer destino saliendo de Parets, era llegar a Montserrat, la icónica montaña de Barcelona. Yo había estado hace bastantes años con mi familia, pero Jolu no la conocía, así que pensamos que un chute de montaña sería un muy buen inicio de ruta en la vuelta a casa. Después de estar dos semanas sin pedalear (una mientras hacíamos turismo en Roma y la otra estando en casa de mi hermana), volvíamos a la carretera. La primera jornada fue, sobre todo, para atravesar y dejar atrás las grandes ciudades que rodean Barcelona: Sabadell, Terrassa,… los polígonos, fábricas, etc. Por suerte era domingo y el tráfico poco denso. A unos 10km de Monistrol de Montserrat, y aunque todavía era temprano, decidimos parar y  montar campamento. Nos apartamos de la carretera por un sendero y enseguida encontramos un sitio discreto, rodeado de árboles, para poner la tienda.

Esa noche, bajo una luna llena que alumbraba como un foco, volvíamos a acampar «en casa». Nuestra última acampada en España había sido 6 meses antes en la isla de la Palma, antes de que voláramos a Grecia a pedalear el sur de Europa. Buenas sensaciones en la acampada y un fresquito muy bueno al despertarnos (apenas 4ºC).

Después de 11 meses de viaje, nos compramos por fin un termómetro para saber qué temperatura había dentro y fuera de la tienda. Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, jejeje.

Cicloturismo en Montserrat

Amanecimos y pedaleamos hasta Monistrol, la puerta de entrada a Montserrat. Desayunamos y nos aprovisionamos. Por delante nos esperaba una jornada larga (algo más de 70km), pero intuíamos muy bonita, para llegar a casa de nuestros Warmshowers. La intuición no falló. La carretera de Montserrat fue alucinante, rodeados de altas torres de roca kárstica, un paisaje precioso. Íbamos con la boca abierta. Además, la carretera serpenteaba en ascenso durante varios kilómetros, para no perder las buenas costumbres.

Pedaleamos todo el día y  llegamos a casa de nuestros anfitriones cuando el sol ya se había puesto. Ellos nos dijeron que llegarían más tarde aún (a eso de las 23:00), pero nos dejaban escondida la llave de la casa para que pudiéramos entrar. Que nos pusiéramos cómodos, utilizáramos lo que quisiéramos, cenáramos e incluso que encendiéramos la chimenea para estar calentitos. ESTAS. Estas son las cosas que le dan a un viaje de estas características un plus. Sentir esa calidez, que otra persona te abra las puertas de su casa y te deje, por un momento o unos días, formar parte de ella. Mil gracias Toni y Ariadna.

La mañana siguiente amaneció gélida, con una densa niebla que impedía ver unos cuantos metros por delante. Esperamos tranquilamente a que se despejara, sin prisa. Durante el día, pedaleamos por carreteras secundarias en dirección sur. Llegamos hasta la entrada de las Montañas de Prades y nos quedamos a dormir en el merendero de Poblet, justo antes de iniciar la subida. Calma total, apenas 4 o 5 coches pasaron en el rato que estuvimos nosotros allí. Ducha, cena y a dormir resguardados bajo el techo de las barbacoas.

Despertamos e iniciamos la ruta. La carretera serpenteaba en continuo ascenso, pero con un desnivel bastante suave. Las vistas de esa mañana eran la definición gráfica del otoño. Árboles y más árboles a nuestro alrededor, con hojas de todos lo colores: rojo, verde, amarillo, marrón, naranja,… El paisaje era precioso, y la vegetación se extendía a nuestro alrededor haciendo que nuestra vista apenas distinguiera la carretera en la ladera de la montaña.

Cicloturismo Montsant

Una jornada preciosa, con un broche de oro. Llegamos al pequeño pueblo de Cabacés. Habíamos visto que a unos 2-3km del lugar había una ermita y nos pareció un buen sitio para pasar la noche. Al llegar al pueblo, estuvimos hablando con Joan, un chico que se había ido a vivir allí mientras trabajaba en una obra en el pueblo. Le contamos sobre nuestro viaje y la idea de pasar la noche en la ermita:

-Pero, ¿vais a subir así cargados? La cuesta está súper empinada. Y total, tenéis que subir para bajar al día siguiente por la mañana…

Siendo sincera, me pareció que el comentario acerca de la dureza de la subida iba dirigido a mi en particular. Por un lado, me sentó un poco mal esa tendencia generalizada a pensar que, por ser mujer, hay X cosas que no vamos a poder hacer. Por otro lado, y después de un año de pedaleo, me sentía tan fuerte y capaz que pensé: éste no sabe de dónde venimos. Y sobre lo de andar y desandar el camino para solo dormir… ¡por un momento pensamos que nos ofrecería dormir en su casa! Pero no…jejeje. Nos despedimos y pusimos rumbo a la ermita. Efectivamente, la subida era una pared. Tirando de plato 1, empujando un poquito y con paciencia y esfuerzo, llegamos. y ¡menudo lugar! Cualquier sitio era bueno para poner la tienda pero, justo al lado de la ermita, que estaba enclavada en la roca, había una cueva. Sí, si, de esas que tanto nos gustan. ¡Un lugar mágico, tranquilo y rodeado de naturaleza! Pasamos una noche perfecta.

A la mañana siguiente, cuando bajábamos de la ermita, volvimos a coincidir con Joan. ¡Alucinó! Sí, habíamos conseguido llegar a la ermita y a las 10:00 de la mañana ya estábamos desayunados y listos para otra jornada de pedaleo. Seguimos avanzando por el interior de Tarragona y, tras pasar la zona de montaña de prades, nos adentrábamos en el Montsant. Otra zona de montaña impresionante: un macizo rocoso coronado con un inmenso altiplano. Habíamos visitado la zona hacía un par de años con la furgo y ya entonces el lugar nos había parecido una pasada.

Cueva en Cabacés

Planificando las siguientes etapas y después de 4 jornadas de intenso pedaleo, decidimos coger un alojamiento en Bot y descansar un par de días antes de acometer la siguiente etapa hasta Teruel. Fue así como llegamos a Bot y a su Molí. Un alojamiento de esos con mucho encanto, que se nota que ha sido preparado con cariño: cocina común bien equipada, sala de juegos, barbacoa, zona de puesta a punto de bicicletas, detalle de bienvenida,…

Y aquí, tuvimos nuestro impasse con la meteorología. El tiempo, que hasta ese momento había sido muy soleado durante el día, empezaba a pronosticar lluvias. La última noche que dormimos en Bot cayó un chaparrón de esos que agradeces pasar bajo techo. A la mañana siguiente, el cielo amaneció gris y lleno de nubes. Aún así, salimos confiados en que nos dejaría ir avanzando. En esa etapa recorreríamos un par de Vías Verdes: la de  Terra Alta y su unión con la del Zafán. Salimos de Bot en dirección a Horta de Sant Joan. La ruta era tranquila y fácil, aunque el camino estaba lleno de barro arrastrado por la lluvia de la noche anterior. Tramos y más tramos de barro rojizo que eran difíciles de sortear. Tuvimos que hacer alguna parada para desatascar las ruedas. A nuestro alrededro, el cielo se iba volviendo más y más oscuro. Ahora sí, teníamos la tormenta encima. Un sprint y conseguimos llegar a un túnel minutos antes de que el cielo empezara a descargar. Pasaban los minutos y ahí seguíamos. Esperando. Caminando de un lado a otro del túnel. La lluvia se fue volviendo más intensa y no parecía que tuviera intención de parar. Sacamos nuestras sillas y la mesa y, en un hueco algo resguardado, almorzamos. Del almuerzo pasamos a la comida, y allí seguiamos viendo la lluvia caer. Pasaban las horas y la esperanza de poder avanzar se iba difuminando. ¿Qué hacemos? Buscamos el pueblo más cercano al lugar donde estábamos que tuviera alojamiento y llamamos a ver si tenían sitio. Tras un par de llamadas, ¡conseguido! 6km de pedaleo y hecho. Aprovechamos un momento en el que parecía que la lluvia amainaba y salimos. A los pocos metros, sin embargo, tuvimos que volver a parar debido a la fuerza de la lluvia, debajo de un puente. El sitio era bastante estrecho y no cubría del todo pero ya la lluvia caía con fuerza. Atrapados de pie, aguantando nuetras bicis y buscando el tetris para mojarnos lo menos posible. En la siguiente oportunidad, vuelta a la bici y salimos pitando. El camino estaba cada vez más encharcado y hubo algún tramo en el que poner el pie en el agua significaba mojarse hasta el tobillo. Salimos de la Vía Verde y bajo un cielo apocalíptico, con unos colores preciosos eso sí, llegamos a Arnes, ya en la frontera con Teruel.

Días de lluvia

Pasamos la noche a cubierto, replanificando los próximos días de pedaleo. El tiempo estaba cambiando y la posibilidad de lluvia cada vez era más fuerte. Teníamos intención de llegar a Teruel en 4 días, y apenas habíamos podido avanzar 20km en la primera jornada, ¿llegaríamos a Teruel en 3 días?

Seguimos contando la historia de nuestra ruta Barcelona – Cuenca en el próximo artículo.

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