Choquequirao: un trekking y algo más

Un gran sueño viajero que creo podemos tener muchos estando en ruta, es ser el primero en llegar a algún sitio. Llegar dónde no ha llegado nadie antes. Un paisaje visto por primera vez, donde puedes disfrutar en solitario de las vistas y las sensaciones. Un cara a cara con la naturaleza, en intimidad. O llegar a un pueblo o ciudad que no esté lleno de otros «como tú». Que esté lleno, pero de gente autóctona. Con sus costumbres, sus comidas y sus formas de vivir. Sus rutinas y sus negocios. Que no se pueda encontrar un desayuno continental o un McDonals. No sé si esto será posible en alguna parte del mundo, o es más una utopía. La globalización alcanza cada vez más todos los rincones. Y, así como pienso que me gustaría encontrarme con la esencia de los lugares, para ello, a esos lugares les «sobro» yo.

Y así, con estas divagaciones, es cuando nos encontramos con Choquequirao. Ya hemos contado cómo nos encanta la ciudad de Cusco, pero también es cierto que es una ciudad repleta de visitantes. La mayoría de treks que se realizan en sus alrededores son masivos, y Machu Picchu tiene un aforo de 2.000 visitantes diarios. Es en ese momento cuando conocemos la existencia de Choquequirao.

Choquequirao

Choquequirao son los restos arqueológicos de una antigua ciudad inca. A día de hoy, únicamente se puede acceder después de dos días de caminata, y llegan una media de 50 personas al día, en temporada alta. Estando en temporada baja ¿cuántas personas podemos ser? 

Iniciamos el recorrido un miércoles. Llegamos en coche desde Cusco a Capulyoc, punto dónde se inicia el recorrido a pie. Allí nos encontramos con Wilson, un muchacho que sería el encargado de guiar la mula que transportaría nuestro equipaje en los próximos días. La caminata comienza a 2.900 msnm. Son 1.400 metros de bajada por la ladera de la montaña, hasta llegar al río, para luego emprender el ascenso por la ladera opuesta, hasta Santa Rosa baja. Tras todo el día caminando, nos dieron una cena caliente y acampamos bajo unas vistas espectaculares. Primer día conseguido.

A la mañana siguiente amanecimos temprano para llegar a la siguiente casa donde dormiríamos, Marampata. Tras otros 700 metros de ascenso, llegamos. A punto para otro almuerzo. Las subidas son duras, pero el paisaje es espectacular. Y, todavía queda lo mejor, llegar a Choquequirao. Ese día, la niebla era intensa, te asomabas al borde del camino y no podías ver nada más allá del gris, así que nos centrábamos en la caminata. En la subida, en avanzar… Y así, poco a poco, y casi sin darnos cuenta, llegamos a la entrada del recinto y las nubes empezaron a disiparse. Puede ser que fuera la hora, y que el sol elevaba las nubes, haciendo que desapareciera la condensación. Pero también queda muy bonito pensar que las nubes se abrían para mostrar la ciudad ;D.

Vislumbramos Choquequirao

Choquequirao es un complejo impresionante, que alberga variadas construcciones. La primera que vimos, una montaña sin pico, la zona sacerdotal. En la cima de este cerro se realizaban ofrendas y sacrificios. Allí dejamos un pequeño tributo a la Pachamama. Un pequeño gesto que a mi me encantó y que, de alguna manera, parece que te conecta con la antigua cultura y tradición inca.  Visitamos también las terrazas de cultivo, conocida como «Las llamas». Mirando hacia abajo, infinitas escaleras empinadas, por las que descender con mucho cuidado. 

Escaleras infinitas

Seguimos con la visita: la plaza principal, los talleres de los artesanos, la zona de almacenamiento, los sistemas de riego… Un recorrido de varias horas, por una ciudad de la que sólo está recuperado un 30%. Ni nos imaginamos todo lo que aún queda por descubrir! Nos empapamos mucho de la historia, muy bien explicada por nuestro guía.

Volvimos a la casa al caer la noche, para disfrutar de una rica cena. Nos prepararon un plato tradicional: cuy. No nos habíamos  atrevido a probarlo la primera vez que visitamos Perú. Aquí nos hemos quitado la espinita. 

Al día siguiente, tocaba remontar nuestros pasos. Bajar la ladera de la montaña, para volver a ascender por el lado opuesto hasta Cocamasana. Allí contemplamos uno de los atardeceres más bonitos. Rodeados de montaña y silencio. De verde y de tranquilidad. Disfrutamos de la esencia del momento, sin ninguna otra preocupación. Un momento mágico.  

Además, ese día nos esperaba una suculenta cena: churrasco de toro. El animal había muerto hacía dos días, y la familia se afanaba en prepararlo: partes para vender, otras para almacenar y una rica cena para nosotros! 

En este trek, además de los paisajes y la contemplación de Choquequirao, hemos podido conocer otra forma de vida. Familias viviendo en esas montañas, con sus pequeños campos de cultivo y sus animales para el auto-consumo. Lo comparo con nuestra vida cuando nos despedimos de Madrid. Polos opuestos.  El viaje nos muestra que otras formas de vivir son posibles. Sólo hay que encontrar el equilibrio, y la mejor forma de plantearse la vida cada uno. No se trata de que una cosa sea buena y otra mala, se trata de buscar lo que a uno le hace ser feliz y estar a gusto consigo mismo y su entorno.

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