Tras nuestro paso por el Peloponeso, la idea que teníamos para los próximos días era atravesar la parte continental de Grecia por su zona central. Es decir, nada de costa en este tramo y buenas dosis de montaña con un par de ascensos a 1.500m. Queríamos llegar a Meteora, el único sitio que sí teníamos claro que queríamos visitar en Grecia (nos lo habían recomendado por activa y por pasiva, y si el río suena…). Empezaba nuestra última parte de la ruta por el país Heleno.
Desde Patra, rodamos hasta la vecina Río para coger un ferry que nos cruzara a la parte continental (también hay un puente que une ambas costas, aunque no sabemos si se puede cruzar con la bici). En el barco solo pagan los vehículos pero… ¡las bicis son gratis! Tampoco necesitas ningún tipo de reserva: nada más asomarnos al embarcadero vimos a un hombre haciéndonos señas desde un barco para que subiéramos y allá que fuimos (la verdad que no preguntamos nada, ¿y si de repente nos hubiera cruzado hasta Italia…? jejeje)
Ya en la costa opuesta, Antirrio, comenzaba el pedaleo por la Grecia continental. Empezamos la ruta moviéndonos por caminos entre pueblos. Escapando de la carretera principal dimos alguna vuelta de más y también nos tocó empujar un poco la bici al encontrarnos con alguna cuesta-pared. Consecuencias de ir por el camino más tranquilo pero no el más directo.

Grecia central en bicicleta
Esa primera noche la pasamos descansando en un campo entre olivos. Un lugar tranquilo a las afueras de un pueblo, cerca de un lago. Salimos a pedalear temprano la mañana siguiente, el calor ya aprieta por aquí en estas fechas y es mejor aprovechar las horas tempranas de la mañana para pedalear. El camino nos llevaba a bordear un lago, con una buena dosis de subida. Por suerte, la sombra nos acompañó buena parte del trayecto, haciéndolo mucho más amigable.
Atravesamos algunos pueblos, paramos a almorzar y beber frappé (el café es religión aquí en Grecia, y nosotros nos estamos haciendo a esta forma de tomarlo). Los pueblecitos cada vez se hacían más pequeños y se espaciaban más. Poco a poco nos adentrábamos en la zona de montañas, subiendo tranquilos por carreteras cada vez menos transitadas. De las que nos gustan. Estos tramos, pese a la dureza y exigencia física, son los que más disfrutamos: el paisaje bien lo merece, el tráfico es mínimo y hay una tranquilidad en el entorno ideal para el pedaleo. Paramos a dormir cerca de un cementerio, antes de llegar a la cima.
A la mañana siguiente, terminamos la subida: pese a los pocos kilómetros que quedaban, el desnivel era fuerte y nos llevó un par de horas llegar al punto más alto. De aquí, nos dejamos caer hasta el pueblo de Prousos, oculto entre montañas. Un lugar alejado de todo, de esos que en invierno queda aislado por la nieve, pero que en estas fechas lo encontramos verde a rabiar. Paramos a tomar un merecido almuerzo mientras disfrutábamos de unas maravillosas vistas.

NOTA: Escribiendo este artículo en diferido, y aunque no ha pasado ni siquiera un mes, los recuerdos sobre los días de pedaleo, los pueblos por los que pasamos y los lugares de acampada empiezan a mezclarse y difuminarse en mi mente. En unas pocas semanas de viaje pasan tantas y tan diferentes cosas que es difícil almacenarlas todas. A veces lo comentamos entre nosotros: viajando en bici tenemos la sensación de haber vivido mucho en poco tiempo. La ausencia de rutina hace que nos cueste señalar y recordar el «día especial» o «diferente» porque todos tienen algo nuevo. Así que, aunque los nombres se mezclen y no recordemos los recorridos exactos, nos quedamos con las sensaciones. Con las reflexiones. Con los aprendizajes. Con los sentimientos que nos despiertan los lugares y esta forma de vivir.

Y volviendo con los detalles de la ruta…
Los siguientes dos días los pasamos rodeados de montañas. Mucha y dura subidas pero, sin duda, de los paisajes más espectaculares que hemos visto por aquí. ¿Quién iba a pensar que en Grecia nos íbamos a encontrar paisajes que recuerdan a la zona de los Alpes? Elevadas cumbres salpicadas todavía por retazos de nieve, árboles formando un bosque frondoso y verdes praderas. Un escenario de postal. En mimente, eso es lo que esperaría encontrar en un lugar como Suiza, pero no en Grecia. Este país nos está sorprendiendo y encantando a partes iguales.

Grecia continental: Llegando a Meteora
Poco a poco nos acercábamos. Tras un par de jornadas de pedaleo entre pueblos más grandes y ciudades, las divisamos: las formaciones rocosas de Meteora. Encontramos un bonito camping a los pies de las rocas, con piscina incluida, para poder reponernos del fuerte calor. Nos quedamos un par de noches para poder dejar nuestro equipaje y subir «de vacío» a recorrer la carretera que conecta los 7 monasterios que actualmente se pueden visitar. El lugar es un espectáculo donde las formaciones rocosas, coronadas por los monasterios ortodoxos son el plato fuerte. Lugares que antaño fueron de difícil acceso, ideales para el retiro y la conexión espiritual, y que hoy están al alcance de todos los que queramos venir a maravillarnos.
Una buena combinación de naturaleza y construcción hecha por el ser humano. Y aunque allí éramos «ciento y la madre», el sitio nos parece que merece mucho la pena. Nosotros solo accedimos a uno de los monasterios (a 3€/persona), pero son 7 los que se pueden visitar.

Después de Meteora, seguimos rumbo al norte, listos para otro par de días de pedaleo entre montañas para llegar al pueblecito de Zitsa, donde habíamos quedado con un Warmshowers. Pedaleamos por la carretera E92, que actualmente está prácticamente en desuso en algunos tramos en los que se ha construido una nueva autopista que absorbe la mayor parte del tráfico.
A lo largo de la carretera encontramos varias construcciones abandonadas, gasolineras, antiguos negocios, una estación de esquí con los telesillas todavía montadas y hasta unas cabañas de un antiguo alojamiento. Daba la impresión como si todos se hubieran marchado del lugar de un día para otro, dejándose todo a medias de recoger… Paseamos un rato por esos lugares. Sitios que han sido habitados y disfrutados y que, en algún momento, se han quedado en el olvido, apagándose.
Y así, llegamos al pequeño pueblo de Zitsa, donde Kostas, Anna y sus dos hijas nos acogieron. Con algo más de 500 habitantes, el pueblo nos pareció encantador y lleno de vida. Tenía de todo: escuela infantil, colegio, instituto, tiendecitas, bares, restaurantes y, el plato fuerte, una panadería artesanal que lleva Kostas y su familia. Una delicia. Un proyecto hecho con cariño y dedicación. Donde han puesto muchas ganas. Y eso se nota en los resultados. Nos encantó compartir tiempo con ellos, conocer su bonita historia y charlar sobre nuestro viaje y sus futuros proyectos. Os deseamos todo lo mejor.

Tras un par de días de descanso (y con las alforjas llenas de un pequeño surtido de delicias de la panadería), nos depedimos para un último día de pedaleo antes de llegar a la frontera con Albania, cruzando pequeños pueblos de la zona rural de Grecia.
Salimos del país felices e ilusionados. Con un montón de buenas experiencias y sensaciones. Hemos sentido muy buen feeling con el país, así que no podemos estar más contentos con este debut europeo de nuestro cicloviaje. Seguimos recorriendo y adentrándonos en los Balcanes.
¡Albania allá vamos!