Siempre me ha parecido que las ciudades de costa tienen un «algo» en común. No sé si será el tipo de construcciones, los edificios altos y angulosos encajados en estrechas callejuelas, los balcones con contraventanas de madera, con sus telas para protegerlas del sol ondeando por el viento… O quizá se respira el olor del salitre en el ambiente.
Yo tengo la teoría de que si cerrara los ojos y apareciera en una ciudad aleatoria, sabría si estoy en una ciudad de costa o no. Que podría distinguir ese no sé qué que tienen las ciudades bañadas en mar. Lugares como Alghero, Barcelona, Valencia, Palma… y, esta última, ha sido nuestro último destino viajero. Tercera o cuarta vez para mí en la isla, primera para Joselu. Los dos tenemos actualmente familia allí (y, gracias a ellos, hemos podido viajar a la isla en estas fechas, vistos los prohibitivos precios que hay…).

Llegamos a Palma, una ciudad que tiene un encanto que no nos imaginábamos. Paseamos hasta el puerto, pasando por el mirador de Es Baluards. Recorrimos calles y callejuelas flanqueadas de palacetes, ramblas y escalinatas. Visitamos la Lonja, contemplamos la catedral desde el Parc de la Mar y cenamos rico pescaito a orillas del Mediterráneo. Además, por primera vez, podríamos decir que celebramos el solsticio de verano. El día con más horas de luz del año. Y es que, en la catedral de Mallorca, tiene lugar un curioso fenómeno en esa fecha: la luz solar atraviesa el roseton de la parte posterior, proyectando la luz en la pared contraria. Cruzando como una «bola de fuego», esa proyección se desplaza hasta coincidir con el rosetón de la parte delantera de la catedral, donde se sitúa el altar mayor. Un fenómeno que se logra ver alrededor de las 21:00h y del que dieron la explicación matemática mientras cientos de personas observábamos atentos. Miradas de asombro, curiosidad y decenas de móviles y cámaras inmortalizando el momento.

A parte del fenómeno en sí, me gustó el hecho de llegar a Mallorca y encontrarnos, sin haberlo planeado, con este acto. Son las sorpresas que aparecen en un viaje no planificado. El no saber qué vas a ver cuando llegas a una ciudad puede provocar que te vayas sin ver algún «imperdible» pero, a la vez, consigue que todo sea sorprendente y que te encuentres, como en este caso, con cosas totalmente inesperadas.
Esto también nos pasó con las playas y calas. Sinceramente, no habíamos mirado nada ni teníamos ningún plan trazado sobre qué queríamos ver. En nuestro viaje por Sudamérica nos funcionó la improvisación y los consejos que nos iba dando la gente, ¿por qué aquí no? Haciendo base en Canyamel, recorrimos la distancia hasta s’Illot, pasando por la cala Morlanda y alrededores, bajamos hasta la cala del Moro y vimos el atardecer en es Trenc. Subimos al norte, a Betlem y acampamos en cala Varques. Siempre intentando, en la medida de lo posible, evitar las aglomeraciones y multitudes. Por ejemplo, en vez de llegar a cala Varques a las 12 del mediodía, nos fuimos la noche anterior, con la luna llena como guía del camino, plantamos la tienda frente al mar y disfrutamos de una paz y una tranquilidad increíbles. O encontrar un pequeño rincón para nosotros solos, justo frente a la cala del Moro. Mismo impresionante paisaje, misma agua cristalina y mismo entorno, pero ni una toalla o sombrilla alrededor. Llegamos caminando por un lugar alternativo, bordeando el acantilado hasta descender al mar. Muchas veces, unos minutos más de caminata por una senda menos transitada, puede llevarte a lugares increíbles.

Uno, dos, tres, cuatro… y así hasta ocho días disfrutando de esta maravillosa isla. Sin prisa. No nos gusta llevar una lista de «cosas que ver o que tenemos que hacer sí o sí». Vamos armando los planes sobre la marcha (como por ejemplo hace tres años, cuando fuimos a Ibiza y pasamos un día en Formentera, de donde nos fuimos sin ver el faro de Barbaria. Creo que debemos ser las únicas personas que han pisado esa pequeña isla de apenas 22km de largo y no hemos visto el famoso faro de «Lucía y el sexo»). Bueno, no nos agobiemos, siempre hay que dejarse algo para volver 😀 Al igual que en este viaje, del que nos vamos probando la sobrasada, pero sin haber catado las ensaimadas. ¡Excusa perfecta para volver preparada!

En nuestro paso por la isla, nos hemos preguntado cómo hubiera sido llegar a este paraíso hace 50 o 100 años. Antes del boom inmobiliario, los turistas en masa y las discotecas. Antes de las hamacas y tumbonas en cada centímetro hábil de playa, de la sangría por litros y los menús escritos en alemán. Una difícil tarea de imaginación en realidad… Es ese sentimiento que nos provocan las aglomeraciones, que hacen que todo parezca un poco menos… auténtico. Ya lo hemos comentado otras veces, esa búsqueda de querer ser el único en llegar a un lugar, de dar un paso más y hacer algo diferente. Y, últimamente sobre todo, esas ganas de querer mantener los entornos. La acción del viento, del sol, del agua… modifica y moldea el paisaje. Luego llega el ser humano y arrasamos. Nos creemos los dueños de la tierra y de los espacios. Hotel por aquí, apartamento por allá. Sin pararnos a pensar en la sostenibilidad de los proyectos y en el impacto que provocamos. Llegamos a pequeños paraísos…hasta que nos giramos y descubrimos rincones llenos de plástico y residuos.


Y te quedas pensando en la poca conciencia que muchas veces tenemos las personas. ¿Cómo llegamos a ese punto de desapego con la tierra? Nuestras pequeñas acciones y nuestros hábitos cotidianos se ven reflejados en lo que luego vemos en nuestra tierra y llega a nuestras costas: envases de plástico (o de otros materiales) que desechamos, colillas de cigarrillos, papeles o toallitas, jabón y espuma de los detergentes con los que lavamos nuestra ropa… y así, la lista sería interminable. Por eso, intentamos que nuestro día a día sea lo más sostenible y coherente con nuestras ideas. Por eso, intentamos ser lo más respetuosos posible con el medio. Intentando cada día dar un pasito más en esta difícil tarea de mantener nuesto planeta.

¡Hasta la vista Mallorca! Han sido unos días increíbles que esperamos volver a repetir más pronto que tarde… ¡Las ensaimadas nos esperan! 😉