Hay veces que ciertos lugares, irremediablemente, te atrapan. Así de simple y llano. Y esto fue lo que nos pasó en el pueblo costero de Máncora. ¿Qué hizo que nos quedáramos durante una semana en este lugar en el que, a priori, no había «mucho que hacer»? ¿Sería su infinita playa extendiéndose más allá de donde alcanza la vista? ¿Sus atardeceres? ¿Su tranquilidad tumbados en las hamacas del hostal? ¿La variedad de pescado y marisco fresco que encontrábamos en el mercado?

Probablemente una mezcla de todos estos factores, junto con muchos otros que no sepa poner en palabras. Y, por supuesto, el hecho de disponer libremente de nuestro tiempo. Uno de los principales beneficios de este viaje. Dejar nuestros trabajos de oficina en Madrid para lanzarnos a un viaje de varios meses por Sudamérica ha sido, hasta el momento, la mejor decisión de mi vida. Y es que el tiempo, no vuelve. Debemos aprovechar cada instante e intentar hacer aquello que nos hace felices. Y hemos descubierto que el viaje nos gusta. Hemos sido felices en ese estado de movimiento en el que cada día es diferente y en el que disponemos de 24 horas al día para hacer lo que queramos. En una sociedad donde lo «habitual» es cambiar tiempo por dinero, esta decisión de «dejarlo todo» y salir a recorrer mundo podía parecer un poco loca…pero, para nosotros, ha sido el remedio a una situación de hastío en el día a día.
Si eres de los que se pregunta qué se puede hacer tantos días en un pueblecito como Máncora, te diré que simplemente estar, ser y vivir. Disfrutar de un entorno idílico sin más preocupaciones. Hemos pasado nuestros días entre carreras matutinas por la playa y saludos al sol. Baños en el Pacífico, ¡alguna que otra vez incluso en compañía de delfines que se acercaron hasta la orilla! Partidas de ajedrez acompañadas de un café, siestas en la hamanca, paseos hasta el pueblo, cervezas al atardecer y descanso nocturno absoluto.

Han sido 7 días en una especie de paraíso. De esos que aparecen sin buscarlos… Un lugar en el que sientes que encajas y en el que no te importaría quedarte días, semanas o lo que hiciera falta! Pero teníamos por delante una visita viajera y teníamos que llegar a Guayaquil, Ecuador. Así que nos despedimos de Máncora. Un broche de oro a nuestro paso por Perú.
En mi yo interno, pienso que es un hasta luego. Este lugar me ha enamorado y me parece que voy a tener que volver 😀