Aprovechamos que ya casi estamos terminando la temporada de nuestra huerta de invierno, para contar un poco sobre este proyecto huerto: cómo nos está funcionando, qué avances ha habido, errores y aciertos y nuevos proyectos que están por venir.
Haber montado un huerto propio nos ha abierto la puerta a observar en primera persona y poder entender mejor los ciclos vitales. A conocer y estar presentes en cada una de las fases del ciclo vital de la naturaleza: nacimiento, crecimiento, alimentación, reproducción y muerte. Con el huerto, nos sentimos un poquito más conectados a la tierra, a entender y respetar mejor los tiempos y las temporadas, y por ejemplo ser conscientes de que no se puede tener tomates de una manera «natural» en enero. Puede sonar muy profundo y algo exagerado al hablar de tomates o coliflores, pero también es 100% real.
En nuestro huerto, somos testigos del proceos completo de cada planta: desde que plantamos la semilla o esqueje en la tierra, ver si «agarra» o no a la tierra y cómo se adapta al nuevo espacio y condiciones, observamos la manera en que crece (tallo, hojas, fruto) día a día, si demanda más o menos agua, nutrientes o espacio,… Si se ve afectada (para bien o para mal) por otra planta con la que comparte espacio en el terreno. Y esto, de verdad, es fascinante. El cambio que experimenta en pocas semanas una tierra que pasa de estar recién cultivada a una en pleno proceso de ebullición.


Es como una explosión. De repente, un día llegas y el huerto ha cambiado de marcha. De primera a cuarta sin apenas inmutarse. Y esos pequeños brotes de brócoli, o esos tallos de cebolla que asoman desde la tierra, han doblado o triplicado su tamaño y gritan a los cuatro vientos que están listos para salir. Y, pese a ese estallido, también notas cómo el crecimiento de esas plantas está condicionado por las características de cada estación. El huerto se mueve al son de los tiempos del invierno, a un ritmo lento y cadencioso. Que no tiene prisa. Que se nutre de un sol tímido y de lluvias (no muy abundantes en esta zona dónde vivimos). Los brócolis, coliflores, acelgas y espinacas crecen sin grandes actos de protagonismo. De forma discreta pero eficiente. Menos vistosa que la huerta de verano, pero aún así llena de vida.

En nuestra primera temporada de huerta de invierno, nos han sorprendido dos cosas:
- El gran cambio en la luz solar. En cuestión de semanas, desde que empezó el invierno, hemos pasado a tener varios bancales que no reciben luz directa del sol. Se ha reducido considerablemente la zona de plantación. Hemos tenido que adaptarnos sobre la marcha, aunque ahora ya lo tenemos más claro para la próxima temporada. De igual forma, la colocación dentro del propio bancal. Sin luz directa, hay poco que hacer. Por eso, las plantas deben estar situadas de manera que reciban la mayor cantidad de luz posible, y no se tapen la luz unas a otras. Buscamos la forma de optimizar el espacio sin que nadie se quede sin su rayo de sol.
- La poca necesidad de riego. El propio clima en esta zona, tan húmedo al estar cerca del mar, ha significado muy poco riego extra por nuestra parte. Ir a primera hora de la mañana significaba encontrarte las hojas llenas de gotas de rocío y calarte las zapatillas y el bajo del pantalón, del agua acumulada en la hierba. Tocábamos la tierra y parecía que acabaras de regar. Suerte la nuestra. Al no tener agua directa en nuestra parcela, instalamos un bidón de 1.000l. Además montamos (bueno, Jolu montó) un sistema de recogida del agua de lluvia, por lo que con pocos días que llovió, hemos conseguido llenar el bidón a más de la mitad. Aprovechando al máximo los recursos.

Nuestro próximo proyecto es seguir ampliando este pequeño terreno de vida, metiendo a dos miembros más en el equipo. A falta de nombre definitivo, Pili y Mili puede ser la manera en la que llamemos las gallinas que vendrán a este huerto. Con el gallinero móvil a punto, nos ayudarán con la limpieza de bancales, abonando y también manteniendo a raya a ciertos bichos que puedan dañar las plantas del huerto. Y, por supuesto, con la producción de huevos. Un pequeño paso más en la autosuficiencia.

En estos tiempos complicados, este pedazo de tierra que estamos llenando de vida ha sido una actividad que nos mantiene distraídos, entretenidos, ocupados y muy ilusionados. Sentimientos que nos hacen tanta falta y que hemos podido disfrutar. Un proyecto personal en el que nos hemos embarcado con muchas ganas y que nos está dando muchas alegrías.
¡Salud y huerta!